Buenas noticias, a pesar de todo

GANTA, LIBERIA. Alégrense: a pesar de lo sombrío, el mundo está mejorando. En efecto, 2017 podría ser el mejor año en la historia de la humanidad.

Para explicar esto, permítanme empezar con una historia. Estoy en mi viaje anual de premiación con una estudiante universitaria, que este año es Aneri Pattani, recién graduada de la Universidad Northwestern. Una de las personas que conocimos fue John Brimah, que contrajo lepra de niño.

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A los doce años, Brimah fue expulsado de su aldea y obligado a vivir en una aislada choza de paja. Su padre le llevaba agua y comida todos los días hasta un punto intermedio entre la aldea y la choza, después golpeaba el suelo con una vara para hacerle saber a su hijo que ahí estaba.

Durante año y medio, él vivió en completo aislamiento mientras se le agravaba la lepra. Después, un misionero de Ohio, Anthony Stevens, pasó casualmente cerca de ahí. “Él me oyó llorar e investigó”, recuerda Brimah. Stephen lo llevó a un centro de lepra donde recibió tratamiento. Brimah no ha vuelto a ver a su familia desde entonces.

Brimah se curó, recibió educación misionera y llegó a ser enfermero. Ahora, él está a cargo del hospital de lepra en Ganta, en la frontera entre Liberia y Guinea. Él controla hombres y mujeres a los que les faltan dedos de pies y manos, a veces hasta los pies, retorcidos recordatorios de por qué la lepra ha aterrado a la gente desde tiempos bíblicos.

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Pero estamos venciendo a la lepra. En todo el mundo, el número de casos se ha reducido en 95 por ciento desde 1985, y ahora es fácilmente tratable. Un plan global estableció 2020 como el objetivo de que ningún niño quede deforme por la lepra.

El progreso contra la lepra refleja los grandes avances en la lucha contra la pobreza y la enfermedad, que yo creo que es la tendencia más importante en la actualidad. Ciertamente es la mejor noticia que cualquiera pueda escuchar.

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Quizá el optimismo se sienta fuera de lugar. El lector quizá esté alarmado por el presidente Donald Trump (o Nancy Pelosi), por el terrorismo o el riesgo del aumento del nivel del mar, si es que no somos los primeros incinerados por las bombas nucleares norcoreanas. Esas son buenas razones para preocuparse. Pero hay que recordar que a lo largo de la historia, el humano se ha preocupado por algo más elemental: ¿Podrán sobrevivir mis hijos?

Desde 1990 se les ha salvado la vida a más de cien millones de niños gracias a las vacunas, la alimentación mejorada y la atención médica. Los niños ya no mueren de malaria, diarrea o causas desagradables como obstrucción intestinal causada por gusanos. (Esta columna es de buenas noticias pero no deja de ser algo asquerosa.)

“Ahora hay campañas de desparasitación, así que es mucho más raro que lleguemos a una operación por obstrucción y veamos una gran masa de gusanos”, explica Agatha Neufville, directora enfermera del hospital Metodista Unido de Ganta.

Nueve de cada diez estadounidenses dicen en las encuestas que la pobreza global se mantiene igual o está empeorando. Aclaremos bien las cosas.

Ha habido una asombrosa reducción de la pobreza extrema, definida por un ingreso de menos de 2 dólares por persona al día, ajustados a la inflación. Casi a todo lo largo de la historia, probablemente más del 90 por ciento de la población mundial vivió en pobreza extrema; pues bien ese índice se ha reducido al 10 por ciento en la actualidad.

Cada día, 250,000 personas abandonan la condición de pobreza extrema, según cifras del Banco Mundial. Unas 300,000 personas reciben electricidad por primera vez en su vida. Unas 285,000 cuentan con agua potable por primera vez. Cuando yo era niño, la mayoría de los adultos eran analfabetas, pero ahora más de 85 por ciento sabe leer.

La planeación familiar permite que los padres tengan menos hijos y le dediquen más tiempo a cada uno. El número de muertes globales en guerra está mucho más abajo de lo que estuvo en los años cincuenta y sesenta, por no hablar de los mortíferos treinta y cuarenta.

Aneri y yo estamos reportando desde un país cuyo nombre, Liberia, evoca el ébola, las guerras y el llamado general Encuerado. Eso se debe en parte a que los periodistas se inclinan más por las malas noticias: hablamos de los aviones que se estrellan, no de los que despegan sin problemas.

Junto, Aneri y yo vimos en Liberia a niños que no van a la escuela o que sufren de penosísimos padecimientos. Pero la narrativa en general es lo opuesto: hay menos muertes y más alfabetización.

Los periodistas y las organizaciones de ayuda necesitan destacar los conflictos, las enfermedades, los sufrimientos, pero también es necesario reconocer el fondo de progreso. De otro modo, la gente considera que la pobreza global no tiene remedio y se desentiende del problema.

La verdad es que el mundo actual no es deprimente sino inspirador. Conocimos a un hombre llamado Fanha Konah, que perdió los dedos de los pies y las manos a causa de la lepra. Sin embargo, de algún modo llegó a ser un maestro tallador: sostiene el trozo de madera entre las rodillas, toma el cincel con los muñones de las manos y así produce arte.

Konah encarna la tenacidad y resistencia de tantos sobrevivientes en los países más pobres del mundo. Las consecuencias serían enormes si contaran con mejor salud y educación.

Aneri y yo conocimos a un chico de 18 años que nunca había ido a la escuela, pero que construyó un asombroso ventilador eléctricos de un metro básicamente con desechos de cartón. Tenía un pequeño motor, impulsado por una batería, y funcionaba. Si chicos como él recibieran educación, imagínense lo que podrían hacer por el bien propio y el de sus países.

Así pues, hagamos una pausa en nuestro pesimismo y celebremos por un nanosegundo que el mundo realmente está mejorando. La fuerza histórica más importante del mundo actual no es el presidente Donald Trump, ni tampoco son los terroristas. Más bien son los asombrosos avances en el combate a la pobreza extrema, el analfabetismo y las enfermedades. Son todos esos chicos de doce años que no se enferman de lepra y sí van a la escuela.

 

NICHOLAS KRISTOF
© The New York Times 2017