Curdos étnicos encuentran refugio, pero no un hogar, en el aislado Japón

KAWAGUCHI, Japón _ Mahircan Yucel se mudó a Japón hace una docena de años cuando era un adolescente que huía de la violencia sectaria en Turquía. Aprendió japonés, se casó, tuvo dos hijos y llegó a amar a su patria de adopción. Pero Japón se ha negado a aceptarlo y pudiera obligarlo a partir.

“La verdad es que he vivido en Japón durante mucho tiempo”, dijo en una noche reciente en una pequeña sala de estar que es también la recámara de su hijo pequeño. “Todo lo que quiero hacer es trabajar y llevar una vida decente”.

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Yucel, de 27 años de edad, es uno de los alrededor de 1,300 curdos étnicos que se han asentado en Kawaguchi, una ciudad industrial al norte de Tokio, y en la ciudad vecina de Warabi. Viven en un limbo perpetuo, en busca de protección como refugiados en un país que está entre los más renuentes en el mundo a darla.

Aunque el gobierno ha emitido permisos temporales que autorizan a muchos quedarse por años, a ningún curdo turco se le ha concedido el estatus de refugiado en Japón, lo cual les permitiría asentarse aquí permanentemente. Su situación ofrece un cruel ejemplo del enfoque de esta nación aislada hacia los refugiados mientras está bajo presión para admitir a más de ellos en medio de la peor crisis de migración del mundo desde la Segunda Guerra Mundial.

Japón valora la homogeneidad étnica y desde hace tiempo se ha cuidado fieramente de los forasteros. Según un informe de Naciones Unidas, los migrantes representan menos del 2 por ciento de la población total, comparado con 14 por ciento en Estados Unidos. Como la población de Japón está envejeciendo y reduciéndose, muchos han propuesto permitir más inmigración para dar impulso a su economía estancada. Pero el gobierno y el público se han resistido.

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Al mismo tiempo, crecientes cantidades de extranjeros han buscado asilo en Japón, y casi todos ellos han sido rechazados o se les ha dicho que esperen. Más de 7,500 personas solicitaron el estatus de refugiados en 2015, un 52 por ciento más que un año antes. El gobierno concedió asilo a solo 27 de ellos.

En una comparecencia ante la Asamblea General de la ONU en septiembre pasado, el primer ministro Shinzo Abe dijo que el país necesitaba enfocarse en su economía antes de considerar si aceptar más refugiados o inmigrantes.

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Casi 14,000 personas en Japón están en alguna etapa de un proceso de asilo que habitualmente dura más de tres años y que algunos críticos dicen está diseñado para disuadir a nuevos migrantes de presentar solicitudes. Los solicitantes de asilo podrían trabajar mientras esperan una respuesta, pero a quienes se les niega el estatus de refugiados pueden recibir permisos temporales que les prohíben trabajar y tampoco les ofrecen estipendios para vivir.

Yasuhiro Hishida, asistente del director de la Oficina de Reconocimiento del Estatus de Refugiado de Japón, dijo que los funcionarios sospechaban un extendido abuso del proceso de refugiados. La mayoría de los solicitantes provienen de países que no son considerados actualmente zonas de conflicto, incluidos Nepal, Vietnam y Sri Lanka, dijo, lo que sugiere que son migrantes económicos en vez de refugiados que huyan de la persecución.

Los defensores de los migrantes dicen que el gobierno exagera el número de solicitudes de refugiados infundadas. “En realidad, hay muchas personas que estána la espera y enfrentan una vida de peligros”, dijo Shiho Tanaka, vocera de la Asociación Japonesa para los Refugiados.

Como la población japonesa nativa está declinando, añadió, “hay compañías que quieren contratarlos y necesitan trabajadores”.

Yucel dijo que él y su familia huyeron de Turquía porque temían que el gobierno los considerara terroristas y los encarcelara. Ahora, viendo los acontecimientos de Turquía desde lejos, incluso una guerra entre el gobierno y los militantes curdos en el sudeste y el reciente golpe militar fallido, Yucel dice que nunca regresaría.

“Si usted ve a mi país, hay mucha intimidación y personas que son asesinadas”, dijo, agitándose visiblemente. “Ya ni siquiera puedo hablar”.

Yucel se casó con una mujer japonesa-brasileña con residencia permanente, pero eso no le permite trabajar en Japón legalmente. Las autoridades detuvieron a uno de sus hermanos mayores esta primavera después de que venció la fecha de su permiso temporal, y Yucel teme que él pudiera ser el siguiente.

Los curdos empezaron a llegar de Turquía y a solicitar asilo en Japón a principios de los años 90, cuando el gobierno turco combatía a una insurgencia de militantes curdos. Japón era un destino fácil ya que los ciudadanos turcos no necesitaban visas para viajar aquí. Cuando familiares y amigos les siguieron, se asentaron en Kawaguchi y Warabi. Los residentes llamaron a la comunidad “Warabistán”.

Con el tiempo, se casaron con ciudadanos japoneses, lo cual les confirió derecho a visas de largo plazo, y algunos abrieron sus propios negocios. Hay algunos restaurantes propiedad de curdos en Kawaguchi, y muchos de los inmigrantes trabajan en empresas de demolición y construcción propiedad de curdos.

Pero la mayoría de los curdos aquí, como Yucel, están estancados con permisos temporales que necesitan ser renovados cada seis meses. Aquellos sin permisos para trabajar improvisan en empleos no registrados, lo cual los pone en riesgo de ser detenidos durante meses o deportados.

“Quiero que el gobierno japonés entienda que los verdaderos refugiados están en problemas”, dijo Eyyup Kurt, de 29 años de edad, un periodista curdo que solicitó asilo hace 18 meses. Dijo que había sido arrestado cinco veces en Turquía y le había disparado un miembro del Estado Islámico mientras investigaba un sitio de entrenamiento.

Algunos japoneses se muestran recelosos. Funcionarios municipales en Kawaguchi dicen que reciben quejas sobre reuniones a altas horas de la noche y basura en los barrios curdos. Los jóvenes curdos tienden a congregarse afuera de una tienda de conveniencia cerca de la estación de trenes en Warabi, y los comerciantes dicen que atemorizan a algunos clientes.

“A veces veo que se meten en peleas, y la policía tiene que acudir”, dijo Hiroe Hokiyama, de 21 años de edad y estudiante de primer año en la universidad. “Asusta un poco”.

Otros son más amables. Shori Nishizawa, de 57 años de edad y dueño de una tienda de electrodomésticos a unas cuadras de Happy Kebab, un restaurante de propiedad curda aquí, dijo que a menudo veía a jóvenes madres curdas paseando a sus niños por la calle frente a su tienda.

“Japón es un país pacífico”, dijo Nishizawa. “No deberíamos pensar en los países, sino en el mundo. Todos somos ciudadanos del mundo, ¿verdad?”

Motoko Rich
© 2016 New York Times News Service