El legado de Diana: una monarquía remodelada y un Reino Unido más sensible

Después de la muerte de Diana, princesa de Gales, hace 20 años, parecía que Londres estaba al borde de una revolución. De repente, todo estaba ahí para quien lo quisiera, incluso la monarquía misma. Durante unas cuantas semanas de locura, parecía como si la más perdurable de las instituciones fuera a implosionar bajo el peso de tanta emoción.

Entonces, aquello parecía impresionante y desconcertante; los ánimos eran febriles, iracundos y temerarios. En las rejas de los palacios reales, la pila de flores llegaba hasta las rodillas; hombres hechos y derechos lloraban sin pudor en las calles; ciudadanos apacibles vituperaban contra la reina, por lo general intachable, debido a la que consideraban una respuesta inadecuada a una crisis nacional. Siglos de represión impasible hirvieron en un fuerte grito de angustia colectiva.

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La gente acabó por recobrar la compostura y la monarquía —humillada y maltrecha, pero monarquía al fin— perduró. Sin embargo, mientras los británicos recuerdan el jueves el vigésimo aniversario de la muerte de Diana con conmemoraciones, documentales y libros, una parte fundamental, aunque poco reconocida, de su legado es cómo remodeló la monarquía que la había rechazado y cómo, de paso, reconfiguró al Reino Unido.

En vida, Diana fue un canon flexible, un comodín impredecible; tras su muerte, tuvo un efecto movilizador. El Reino Unido cambió mucho desde la era de Diana, en parte debido a una generación más joven y menos enamorada de las viejas convenciones. No obstante, su muerte también dio paso, para bien o para mal, a que el país se volviera más expresivo y sensible, y más inclinado a valorar más las corazonadas que las opiniones expertas, incluso en temas como el “brexit”, la votación del año pasado para abandonar la Unión Europea.

Ante una elección clara —modernizarse o morir— la monarquía eligió modernizarse, bajo la batuta de la reina Isabel II, pero impulsada por una nueva generación real mejor adaptada y preparada.

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“Los Windsor, cuyo momento más arriesgado llegó con la muerte de Diana, de hecho deben su permanencia a su ejemplo”, dijo Jonathan Freedland, columnista de The Guardian, un periódico de izquierda. “La reina está particularmente atenta a aprender de la experiencia, y en este caso la lección fue: ‘No te pongas del lado contrario a la opinión pública’”.

Diana era glamorosa, magnética, fotogénica, volátil, manipuladora e intuitiva; víctima y victimaria de los medios; la princesa real de Kensington, una estrella de la telerealidad antes de que tal cosa existiera. Aunque es una figura menos determinante para la generación que creció después de su muerte, todavía sigue siendo objeto de fascinación para las generaciones que quedaron boquiabiertas cuando murió hace dos décadas, a la edad de 36 años.

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“Hablamos de ella como si se acabara de ir de la habitación”, escribió hace poco la novelista Hilary Mantel en The Guardian.

Es por ello que los periódicos están llenos de pequeñas “noticias” que de algún modo habían logrado escapar a la divulgación pública hasta ahora.

Un turista de Ohio surge de las sombras para afirmar que estuvo en el túnel parisino en el momento en que sucedió el accidente automovilístico que mató a Diana, a su novio, Dodi al-Fayed y al chofer, Henri Paul. Un vigilante de Diana informa que la princesa, ocultando su identidad con una voluminosa pañoleta sobre la cabeza, visitaba con regularidad la tumba del policía que la resguardaba y al que amaba y que murió en condiciones que ella consideraba “un complot de la clase dominante”, pero que en realidad solo fue un accidente de motocicleta. La “sanadora energética” de Diana revela que hace poco supo de Diana (desde ultratumba) y que, en caso de que se lo preguntaran, la difunta princesa está a favor del brexit.

“A ella le interesaba el referendo y me sugirió votar a favor del brexit porque el Reino Unido era realmente grandioso antes de la Unión Europea”, dijo la sanadora, Simone Simmons, a The Daily Star.

Más allá de este tipo de detalles, que ayudan a mantener a la princesa en la conciencia pública y vender periódicos amarillistas, la influencia de Diana es tal vez más evidente en la evolución de la familia real.

Durante los días posteriores a su muerte, que ahora se conoce como la “Semana de Diana”, una nación que siempre había valorado el apego a la tradición de la monarquía repentinamente le exigía a esta que echara por tierra las viejas reglas y aprendiera las nuevas, en el acto. “Show Us You Care” (“Demuéstrennos que les importa”), manifestó The Daily Express en su emblemático encabezado, implorando a una reina seria, que jamás había bajado la guardia en público, que se dirigiera a la nación y pusiera todas sus banderas a media asta, aun cuando cada fibra de su profundamente conservador ser estaba en contra de ello.

Sacudida profundamente ante todo este contexto, la familia real no tuvo otra opción que responder.

“Los tiempos estaban cambiando, y ellos no estaban a la altura de los tiempos”, dijo Freedland sobre la familia real. “Pero la verdad es que lograron modernizarse”.

Como ejemplo, Freedland señaló la breve y ocurrente aparición de la reina en un video durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres en 2012, en el que saludó al actor Daniel Craig en su personaje de James Bond y después apareció en un paracaídas junto a él en el Estadio Olímpico (la del video era la auténtica; la del paracaídas, una doble).

La nueva generación —es decir, los dos hijos de Diana, William y Harry, y la esposa de William, Kate— han dado un giro moderno y juvenil (por lo menos respecto de sus estándares) a lo que es ser de la realeza en 2017. Emanan una integridad andrógina (en el caso de William y Kate) y el descaro de un rebelde sin causa (en el caso de Harry), y dan la apariencia de trabajar hombro con hombro con la opinión pública y no en su contra.

Se presentan ante el público con una formalidad que causa curiosidad —Harry y William en sus trajes a la medida; Kate con su combinación de vestido y sombrero que la hacen ver como si tuviera veinte años más; la niñera real de los niños en un uniforme tan pasado de moda que causa gracia— y en situaciones bastante normales, teniendo en cuenta lo poco normales que son sus vidas.

Diana era considerada desleal e inestable, un misil sin dirección, cuando en 1995 apareció en la BBC para hablar sobre sus problemas emocionales (“En este matrimonio éramos tres, así que digamos que éramos una multitud”). Como señal de lo mucho que han cambiado las cosas, William y Harry están conmemorando el aniversario hablando públicamente de su madre, con la aprobación real.

Su muerte también constituyó un punto de inflexión histórica en cuanto a cómo se relacionan los británicos con su ello, dando paso a una era en la que la gente tiene un nuevo permiso de expresarse y en la que los sentimientos pueden tener mayor peso que la razón, explicó Freedland.

“La reacción ante su muerte es un antecedente del paisaje del brexit, en el que la emoción está por encima de la pericia”, dijo. “Estábamos pasmados —no pensamos que fuera parte del pensamiento británico— y ahora, después del brexit, se puede ver que algo se estaba gestando, una disposición de mostrarles los dos dedos a los expertos” (en lugar de usar el dedo medio, los británicos usan lo que se conoce como el saludo de los dos dedos).

Las encuestas de opinión pública sugieren que el príncipe Carlos, quien tiene 68 años y sigue esperando su oportunidad de ser rey, tiene pocos seguidores. Sin embargo, también demuestran que la familia real, encabezada por la reina de 91 años que parece inmortal, perdura como un hilo unificador y reconfortante, que provee un apoyo constitucional a una nación entre cuyas rarezas se encuentra el no tener una constitución por escrito.

“La familia real es la clave de nuestra constitución”, explicó en un correo electrónico Geordie Greig, editor de The Mail on Sunday, que publica su dotación de artículos relacionados con la realeza. “Constituye las bases permanentes e históricas que se remontan a más de 1000 años”.

La pompa y circunstancia de sus espectáculos —las bodas de Carlos y Diana y la de William y Kate; el funeral de Diana— unifican al país “con un latido familiar que también resuena en todo el mundo”, agregó.

Al menos, la familia real distrae con sus rumores a una nación a la que le preocupa cuál es su sitio y hacia dónde se dirige en esta era tensa del brexit. ¿Hasta cuándo va a proponerle Harry matrimonio a su novia, Meghan Markle, e importa que ella sea estadounidense, diga que es mestiza (y sea actriz)? ¡Qué decepción que a los 35 años William haya perdido casi todo el cabello! ¿Qué tan caro fue el anillo de compromiso tan grande y elegante de la hermana de Kate?

La familia real no es la adoración de todo el mundo. Evidentemente, todo aquel que visita la fuente en memoria de Diana en los Jardines de Kensington es parte de un grupo selecto, que está lejos de ser una muestra representativa de la opinión pública. No obstante, una visita reciente a este lugar demostró cómo Diana, luego de todo este tiempo, sigue dando de qué hablar.

“Me siento mal por Diana, por cómo la trataron”, dijo Kristina Landgraf, una turista alemana. “Era una buena persona, la echaron de la familia real, y trató de hacer una vida personal”.

Los que visitan el Palacio de Buckingham comentan que la familia real les resulta fascinante, incluso a aquellos que no eran tan seguidores de la realeza.

“Soy más bien del tipo democrático, y no me gusta que la gente gobierne un país por su sangre”, comentó Jochen Jansen, de 22 años, otro visitante alemán. Sin embargo, de cualquier modo vino al palacio: “Estoy en Londres, y es parte de la cultura del Reino Unido”, dijo.

La conversación dio un giro, inevitable, hacia el brexit.

“Además, la reina y su esposo parecen buenas personas”, dijo. “Y espero que estén a favor de la Unión Europea”.

SARAH LYALL
© The New York Times 2017