Rio ¨nunca se ha sentido tan seguro¨. Pero ¿Qué pasa después de los juegos?

Contribuyeron con información Paula Moura y Vinod Sreeharsha desde Río de Janeiro; Tania Franco desde Sao Paulo.

© 2016 New York Times News Service

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RÍO DE JANEIRO – El ministro de Educación de Portugal fue asaltado a punta de cuchillo. Lo mismo el jefe de seguridad de la ceremonia inaugural mientras se marchaba del Estadio Olímpico. Un agente de policía fue asesinado cuando su vehículo fue rociado de disparos, y un autobús olímpico que transportaba periodistas fue atacado por gente que lanzaba rocas.

Incluso antes del robo armado de este fin de semana de cuatro nadadores estadounidenses, incluyendo al medallista de oro Ryan Lochte, una serie de delitos había dirigido la atención a las carencias de Brasil para suministrar seguridad a los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro.

Sin embargo, para muchos en esta ciudad desgastada por la delincuencia, persiste un interrogante mayor: ¿Qué pasará después de los juegos?

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Con miras a frustrar la delincuencia alrededor de la Olimpiada, Brasil ha movilizado un gigante de seguridad en Río del doble del tamaño de aquél usado para los Juegos de Londres en 2012.

Teniendo en cuenta la reputación de Río por delincuencia violenta, los brasileños han desplegado 85,000 integrantes de seguridad. Esta demostración de fuerza incluye a 23,000 soldados patrullando la ciudad, algunos en vehículos militares, a la par de helicópteros y acorazados materializándose alrededor de las playas más populares de la ciudad.

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“La ciudad nunca se había sentido tan segura”, dijo Gilberto Dias, de 50 años, vendedor de salchichas calientes que describió cómo oficiales vestidos de paisano habían saltado a la acción una mañana de la semana pasada luego que dos asaltantes acosaran a un turista en el elegante vecindario de Copacabana. “Ellos simplemente aparecieron de la nada, lo cual es algo que nunca había visto”.

Pero, incluso antes de que empezaran los juegos, Río enfrentaba un repunte en ilegalidad en meses recientes que había sacudido a residentes y alarmado a las autoridades.

Con la agitación de la economía, asaltos y hurtos en la calle se dispararon 42 por ciento en mayo, con 10,000 robos ese mes. Y después de años de tasa de homicidio decrecientes, el número de asesinatos subió en más de 7 por ciento durante la primera mitad del año con más de 1,500 personas asesinadas.

A medida que el temor persiste por la violencia en las calles y estallan batallas a disparos en favelas de Río, algunos brasileños temen qué pasará en las consecuencias de los juegos, cuando los soldados sean retirados y la ciudad quede a sus recursos para luchar con una crisis financiera.

“El asalto al atleta estadounidense es lo que nos pasa a nosotros en Río todos los días”, dijo Marcello Brito, de 51 años, refiriéndose a Lochte.

Las finanzas de Río estaban tan mal antes de los juegos que la ciudad había declarado un “estado de calamidad”. Se han destripado presupuestos, al tiempo que oficiales de policía y bomberos, protestando demoras para recibir su paga, sostienen pancartas en el aeropuerto que dicen a los visitantes: “bienvenidos al infierno”.

El gobierno federal respondió con un paquete de rescate por 850 millones de dólares para ayudarle al estado de Río de Janeiro a mantenerse a flote, pagar salarios y mantener en funcionamiento servicios esenciales durante la Olimpiada.

Sin embargo, persiste la crisis en las finanzas de Río, que dependen considerablemente de los precios mundiales del petróleo, y los lapsos de seguridad amenazan con socavar las ambiciones por un resurgimiento en la fortuna de la ciudad.

Las autoridad invirtieron miles de millones de dólares en locales deportivos, sistemas de tránsito y mal llamados proyectos de pacificación en áreas urbanas de pobreza, argumentando que la Olimpiada serviría como un eje para remodelar la ciudad. En las semanas previas a los juegos, el alcalde Eduardo Paes incluso arguyó que Río sería “la ciudad más segura en el mundo”.

Muchos residentes han dado la bienvenida al aumento de seguridad.

“Es agradable ver a soldados patrullando las calles, cuando menos donde vivo”, dijo Cassius Almada, de 39 años de edad, profesor de matemáticas de preparatoria que vive en Copacabana. “Podría ser mucho peor”.

Sin embargo, quienes viven más allá del collar de vecindarios elegantes frente al mar dicen que el aumento de seguridad ha tenido escaso efecto en comunidades que han estado agobiadas por la violencia desde largo tiempo atrás.

Maria do Rosario Silva Santos, de 54 años, quien estaba de visita en Río proveniente de Brasilia, la capital de la nación, dijo que había quedado pasmada al ver a hombres jóvenes – no oficiales de policía – blandiendo armas casualmente en Acari, barrio de clase trabajadora en el norte de Río, donde ella se estuvo hospedando durante los juegos.

“Era inquietante verlo”, dijo. “Hasta donde yo puedo ver, nada ha cambiado”.

Algunos expertos de seguridad hicieron énfasis en que persistían considerables riesgos alrededor de la ciudad, particularmente en las favelas, las áreas pobres que surgieron por lo general como asentamientos de ocupantes ilegales y que siguen siendo controlados por pandillas del narcotráfico. Debido a la crisis financiera de Río, se vinieron abajo planes enfocados a establecer una red de puestos de avanzada policial en Maré, gran área de favelas.

Julita Lemgruber, la directora del Centro para Estudios de Seguridad Pública y Ciudadanía en la Universidad Candido Mendes en Río, dijo que era ingenuo esperar una drástica caída de la delincuencia durante los juegos.

“El gobierno creyó que un chasquido de sus dedos traería paz a una ciudad que ha pasado por muchísima violencia en los últimos años”, dijo. “No hace bien alguno tener esta demostración de miles de agentes de policía extra, a menos que se diga a cada atleta olímpico que camine por las calles con un policía a su lado”.

La Olimpiada, prosiguió Lemgruber, efectivamente había incrementado el derramamiento de sangre… pero solo en las vasta favelas, donde la policía ha estado combatiendo milicias y pandillas del narcotráfico. En Complexo do Alemao, gran grupo de favelas , un estallido de batallas armadas desde el comienzo de la Olimpiada ha dejado al menos dos residentes muertos y dos agentes de policía heridos.

“Fuerzas policiales están invadiendo las favelas cada día y matando gente, lo cual es indignante”, dijo. “¿Cómo puede alguien tener la esperanza de traer paz propagando violencia?”

Heder Martins de Oliveira, el vicepresidente de la Asociación Nacional de Oficiales de Policía de Brasil, dijo que la muerte del agente en Río la semana pasada destacaba los riesgos que enfrentaban a diario fuerzas de seguridad en la ciudad. Al referirse a la ola de asaltos armados durante los juegos, dijo: “La situación sería incluso peor, una desgracia internacional, si dedicados policías no estuvieran haciendo su trabajo en este momento”.

“Por supuesto, hay más atención sobre estos episodios porque están ocurriendo cuando el mundo está viendo a Río”, destacó Martins de Oliveira. “Sin embargo, este es un dilema que Río enfrenta sobre una base diaria”.

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La policía también ha estado involucrada en episodios violentos que opacan la Olimpiada. Durante el fin de semana, un oficial fuera de servicio de la policía federal abrió fuego en dirección de un hombre con el que estaba teniendo un altercado en Rio Scenarium, centro nocturno en el centro. No quedó en claro si alguno resultó seriamente herido.

En medio del repunte de la ilegalidad, muchos residentes han encontrado una medida de solaz en medios sociales, donde se compadecen de sus experiencias y documentan cada episodio de delincuencia con la esperanza de impulsar a las autoridades para que entren en acción.

Entre docenas de grupos de Facebook dedicados a la delincuencia está “Donde me asaltaron”, mapa generado por usuarios que contiene puntos que forman una hoja de ruta de deshumanización y desesperación.

“¡Hola, hola, autoridades!” escribió una usuaria de Facebook, Eliane Cattapan, en fecha reciente. “Con la llegada de todos los turistas, me da mucho más miedo el aumento de la delincuencia en las calles que el terrorismo”.

Simon Romero and Andrew Jacobs
© The New York Times 2016