Una carrera para documentar plantas raras antes de que estos acantilados queden echos polvo

MONTAÑA KAMPONG TRACH, Camboya ⎯ Hace millones de años, un racimo de arrecifes de coral se mantuvo firme aquí mientras las aguas retrocedían, dejándoles rodeados por el pantanoso Delta del Mekong, salpicado de manglares.
Hoy, estos arrecifes han sido erosionados por el viento y la lluvia hasta convertirlos en erizados acantilados de piedra caliza conocidos como karsts que destacan contra el paisaje camboyano, aun cuando el bosque tropical de tierras bajas a su alrededor ha sido desforestado por siglos de intenso cultivo de arroz y talas.
Los karsts están llenos de recovecos y rendijas que han nutrido a plantas y animales altamente especializados que no se encuentran en ninguna otra parte. También son importantes para los humanos, salpicados de pequeños altares y templos que se cree albergan a los neak ta, los espíritus del paisaje en el panteón animista local.
Pronto, pudieran desaparecer.
Un pequeño grupo de científicos se está apresurando ahora a documentar la rara vida botánica en estos karsts de piedra caliza antes de que compañías locales los excaven hasta convertirlos en polvo para utilizarlos en la producción del cemento que está alimentando al auge de construcción de este país.
La mayor parte de los bosques en el Asia sudoriental continental ya ha sido talada para apoyar el rápido crecimiento económico de la región y su incesante apetito por las maderas duras de lujo. (Casi toda la extensión boscosa en el vecino Tailandia ha desaparecido, y Camboya ahora está experimentando la aceleración más rápida de pérdida de bosques en el mundo, pese a una aparente prohibición sobre la tala.) El cemento y el concreto son también muy demandados, así que los karsts son los que siguen en la fila de la destrucción.
“Son los últimos refugios de lo que le convirtió en el Delta del Mekong, albergues naturales para un tipo de vegetación especializada que tiene muy poco valor como madera, santuarios de especies raras”, dijo J. Andrew McDonald, un profesor de botánica en la Universidad de Texas en el Valle del Río Grande, que está encabezando el proyecto de recolección de plantas con apoyo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Los hábitats de piedra caliza pueden actuar como “arcos” de la biodiversidad que rellenan las áreas circundantes después del daño ecológico. Pero también son tan complejos que, una vez destruidos, nunca pueden ser recreados.
Tienen escaso acceso al agua durante seis meses al año, creando un ambiente duro y alcalino que ha llevado a la evolución de flora tipo desértica en medio de un país caliente y húmedo. McDonald les llama “plantas tipo Dr. Seuss”, que se ven y se comportan como cactus y flora desértica suculenta, pero están relacionadas con el follaje tropical local.
Son vides suculentas gruesas, higueras con hojas cerúleas y gruesas, y cactus falsos, tan espinosos y segmentados como los que crecen en el desierto estadounidense, pero realmente pertenecientes a la familia de la nochebuena que evolucionó de manera independiente. Quizá lo más inusual son las grandes flores conocidas como Amorphophallus.
Las plantas más resistentes y más decididas se anidan en las fisuras y las grietas en la cima de los karsts, o cuelgan hacia las filosas salientes expuestas al viento y el sol. Las flores tropicales más delicadas ⎯ orquídeas plumosas y pequeñas mimosas blancas ⎯ crecen en las grutas dentro, absorbiendo el agua que gotea a través de la piedra caliza. En el fondo, los karsts son como un queso suizo, llenos de huecos tallados por el agua que se abren a grandes lagos subterráneos donde se alimentan raros murciélagos y crecen los hongos.
Durante cuatro días en enero, armado con sacos de arroz y tijeras de podar, McDonald y varios colegas y estudiantes recorrieron dos karsts vinculados, Phnom Kampong Trach y Phnom Domrei, escalando a la cima de sus serradas superficies y atravesándolos por una red de cuevas.
McDonald, de 62 años de edad, es un tejano franco con una vena mística que pasa su tiempo libre trabajando en un manuscrito de mil páginas sobre la iconografía religiosa de la flor de loto. Puede trepar arriba y debajo de los resbaladizos y escarpados karsts como una de las cabras monteses que viven aquí (otra anomalía en la plana Camboya).
Finalmente, en el curso de dos excursiones botánicas, el grupo encontró más de 130 especies de plantas vasculares nativas de esta área de piedra caliza, una variedad comparativamente rica, incluyendo algunas que creen son nuevas para la ciencia: una Amorphophallus y otra flor relacionada, un nuevo tipo de jazmín, y un miembro de la familia del café.
Junto con descubrir estas especies raras, los científicos querían documentar la biodiversidad de los karsts y las formas en las cuales diferentes partes del hábitat trabajan juntas antes de que desaparezca. Finalmente, esperan convencer al gobierno de convertir a esos dos karsts en un área protegida y declararlos proscritos para la futura extracción de cemento.
El equipo estuvo acompañado de un representante del Ministerio del Medio Ambiente que iba a reportar a sus superiores los méritos de la propuesta de protección. El ministerio no cuenta con expertos botánicos, así que más bien enviaron a Neang Thy, el principal herpetólogo del país.
“La vegetación que se ve aquí, quizá no se vea en ningún otro lugar”, dijo. “Si se destruye, ese es un problema”.
Camboya casi no tiene botánicos, y el estudio de las plantas en el país se frenó de 1970 a 1992, durante un extendido periodo de guerra e intranquilidad intensificado por el trauma de la toma del poder por parte del Khmer Rojo de 1975 a 1979.
En Kampot, los científicos fueron guiados a través de algunas de las redes de cuevas más traicioneras por Kem Sam An, un nativo de 61 años de edad de una aldea justo debajo del karst Phnom Kampong Trach. Conoce más sobre estas cuevas que casi cualquier otra persona.
Después de la caída del Khmer Rojo en 1979, Ken pasó años trabajando para una compañía extractora de piedra caliza, pero ahora forma parte de un comité local que trata de preservar los karsts, instando a los residentes locales a dejar de talarlos y desprender rocas para su venta.
“Les digo: ‘Si rompen la montaña, no es bueno para el medio ambiente, y si trabajan en el turismo pueden venir y vender cosas a los turistas en vez de desprender piedras’”.
Un riesgo mucho mayor es la extracción de piedra caliza a gran escala por parte de las compañías que producen cemento. Kampot (K) Cement, una empresa conjunta entre la bien conectada empresa local Khaou Chuly Group y el fabricante de cemento tailandés Siam Cement, ha reclamado grandes karsts en el área. El sitio está produciendo 907,200 toneladas de cemento al año.
Otra compañía local, Chip Mong, formó una asociación con una empresa tailandesa distinta y empezó a construir en el área una fábrica de 262 millones de dólares el año pasado, con el objetivo de producir 1.36 millones de toneladas al año. Esto sigue siendo insuficiente para saciar el creciente apetito por el cemento de Camboya, que se espera llegue a 4.54 millones de toneladas este año.
Las empresas cementeras también han producido un mini auge de los terrenos en Kampot, donde los precios han aumentado 30 veces en la última década, según residentes locales. En entrevistas, los habitantes se quejaron de que las rocas que estaban siendo dinamitadas de las montañas estaban cayendo en sus casas y enojando al neak ta local, quien tenía que ser apaciguado con ofrendas de cerdos asados.
Aun cuando se realicen evaluaciones ambientales, a menudo se enfocan en los grandes mamíferos, pasando por alto a las plantas y las pequeñas especies que son altamente endémicas en ciertas cuevas. Los limosos y blandos invertebrados y las extrañas plantas que viven en los karsts pueden ser difíciles de presentar como argumentos ante los donantes, que prefieren lo que se conoce como la “megafauna carismática”: los animales lindos y fáciles de antropomorfizar como los elefantes, los tigres, los delfines que atraen al público.
“Se requiere un botánico para apreciar el carisma de una planta”, dijo McDonald.
Los karsts que su grupo quiere proteger tienen la ventaja de ya ser una atracción turística menor, con una pagoda budista que se extiende a sus pies, pequeños santuarios anidados en las cuevas y un conjunto de escalones de piedra que desciende hacia un estanque subterráneo donde se bañan los monjes.

Julia Wallace
© 2017 New York Times News Service